miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿Qué será ese cartel que cuelga de la puerta de la taberna? Vamos a ver...

Siento que la taberna no haya estado abierta últimamente.
La señorita que se encarga de mantener este blog ha estado bastante ocupada y, por si fuera poco, no consigue dar con una buena idea para el próximo capítulo.
Por desgracia, los estudios y trabajos no dejan mucho tiempo a la imaginación.
No juramos ni prometemos que haya un capítulo dentro de poco. Cuando la idea llegue, será bienvenida con una fiesta y comida en abundancia, pero la señora inspiración está de camino a Sarin y creemos que todavía le queda un buen trecho. Hasta entonces, paciencia.
Con suerte, las fiestas nos traerán la iluminación divina y podremos dar con algo entretenido.

Y cuidado, que a la señorita autora se le acaba de ocurrir un capítulo especial con temática festiva. Que los dioses nos pillen confesados. Y borrachos, ya puestos a pedir.

Repito por si no ha quedado claro: no prometemos nada. Solo camas cómodas y comida caliente.

Sentimos las molestias,
La señorita autora y el tabernero.

lunes, 14 de abril de 2014

3. Cerúleo fuego

Fuego. Solo veía fuego. No había nada más. Ni plantas ni cielo, ni suelo ni techo, ni su propio reflejo. Fuego.
Ni gente ni animales, ni libros ni calles, nada. Solo... fuego.
Pero era azul. El fuego era azul. 
Menuda estupidez... ¿Era eso posible?
Sí, así era. 
Y parecían las llamas moverse como las olas, romper contra los acantilados en sus desenfrenadas danzas.
Todo era azul... y todo ardía. 
¿Era eso posible?
Sí, así era.
¿Quién había dicho que ambos elementos no estuvieran destinados a unirse?
Espera...
¿Qué elementos?


Llameante azul, sereno fuego. 


Ahora entendía todo lo que había acontecido. Todo lo que estaba por acontecer.
Todo era posible porque en realidad, y por muy imposible que esto pueda parecer, todo es posible.
¿Por qué?
Por qué, preguntas... 
¿Simples delirios?
Sí, eso será.
Y aún así, todo sigue ardiendo. Todo se inunda.
Se pregunta cuándo dejará todo de arder, pero no hay respuesta para sus desdichadas cuestiones.
¿Por qué?
¿Y si la pregunta no es "por qué"?
...
Entonces, ¿por qué fuego?

viernes, 6 de diciembre de 2013

2. Caminos nevados y otros sueños.

Delta estaba nervioso, si bien eso no suponía algo nuevo. Después del incidente del otro día, había sido incapaz de conciliar el sueño. Jash había dicho que sería mejor dejar que Raila y su padre hablaran detenidamente sobre lo sucedido, pero Delta no podía esperar más. Había visto el rostro de aquella mujer y tenía un mal presentimiento. Raila nunca le diría a su padre nada sobre lo que fuera que escondía, y el muchacho lo sabía. La conocía muy bien. Pero, ¿y si era él quien le preguntaba sobre el asunto? ¿Le contaría algo sobre aquellas mujeres? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Necesitaba aclarar sus dudas. Y no pensaba esperar. Además, eso supondría una buena excusa para atravesar el bosque.

En la posada reinaba el silencio. Un silencio que se rompía con el crepitar del fuego de la chimenea, con los cansados movimientos de los clientes que se revolvían en sus habitaciones. Delta, que era un muchacho inteligente, decidió no romper ese frágil silencio. Giró el picaporte con sumo cuidado y se asomó al pasillo. Nadie.
-Perfecto- pensó.
Se quitó las botas y cruzó sigilosamente el largo pasillo cuando de repente oyó unas risas que provenían de la habitación que quedaba a su izquierda. Se quedó quieto como una estatua. Las risas pararon, pero Delta seguía sintiendo el latido de su corazón, desbocado por el susto.
-Malditos sean - maldecía-, ¿quién en su sano juicio está despierto a estas horas?
Lo cierto es que los vecinos de Sarin eran muy madrugadores, pero Delta no era una persona racional y consciente de sus actos hasta la décima campanada. Jash solía regañarle por esto, pero él disfrutaba durmiendo.
Aún con el corazón en un puño, Delta bajó ágilmente las escaleras de la posada y a punto estuvo de chocarse con Jash. El muchacho, todavía soñoliento, intentó esquivar al posadero, pero lo único que hizo fue tropezarse con el último escalón y, literalmente, caer estrepitosamente sobre Jash.
-¡Ah! Perdona, Zae -se disculpó el muchacho levantándose.
-¿Se puede saber qué narices estás haciendo? -gruñía Jash mientras se incorporaba trabajosamente.
-Nada -respondió mientras le tendía una mano al posadero- Lo siento, ¿estás bien?
-Sí, descuida -replicó Jash.
Una vez el posadero estuvo ya de pie, le pegó una pequeña colleja al chico, el cual gritó sorprendido:
-¡Eh! ¿A qué viene eso?
-¿De verdad te lo tengo que explicar?
El chico desvió la mirada y permaneció en silencio.
-Lo suponía -dijo con un leve asentimiento-. Y bien, ¿qué haces despierto a estas horas?
-Bajar las escaleras -bromeó el chico con una sonrisa de oreja a oreja.
El posadero le devolvió la sonrisa.
-Oye Jash, ¿queda algo del pastel que trajo la señora Pernil el otro día?
-Creo que sí. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Qué planeas? -insistió el posadero mientras se dirigía a la cocina.
-Voy a ver a Raila -respondió Delta de forma tajante.
-Ya te he dicho que será mejor dejarle unos días de reposo para que...
-Lo sé. Lo sé muy bien -le interrumpió Delta-. Solo quiero ver si está bien. Hacerle compañía. Darle conversación. ¡Por todos los dioses! ¡No me la voy a comer, Zae! -gritaba el muchacho.
-No hace falta que grites, te recuerdo que hay personas durmiendo arriba -susurró Jash-. Si tanto deseas verla, ¡adelante! No seré yo quien te detenga.
Mientras decía esto, el posadero había sacado un pequeño trozo de tarta y la había colocado en un plato.
-No voy a caer en la trampa. Voy a ir. Hablaremos un rato, andaremos por el bosque y volveré. Antes de las tres. Lo prometo -decía Delta, con tono conciliador, mientras cogía el plato.
-Muy bien -respondía el posadero con un leve asentimiento-. Y ya puestos, ¿te importaría llevarle una cosa a Trais?
-Será un placer.

Delta no tardó en devorar el trozo de pastel como si la vida le fuera en ello. Cuando hubo terminado, Jash le condujo hasta un pequeño almacén que había detrás de la posada. Era una pequeña construcción de madera que el hábil posadero había construido hacía solo tres meses. Y solo habían tardado un mes en llenarlo de trastos inútiles.
Jash abrió la puerta y encendió una pequeña lámpara que dejó sobre una mesa llena de herramientas.
-Aquí tienes -dijo mientras cogía una pequeña caja de un estante y se la tendía al chico.
Era de un extraño color rojizo. Delta habría jurado que esto se debía al óxido que cubría la caja, pero pronto se dio cuenta de que no era así. La superficie era lisa, inquietantemente lisa, y estaba caliente.
-¿Qué es? -preguntó mirando la caja con recelo.
-Una caja -respondió Jash con tono burlón.
-¿En serio, Zae? -decía el chico mientras alzaba una ceja.
-Son cristales de Omi. Si haces un movimiento brusco explotarán.
-Eso es muy... tranquilizador -atinó a decir Delta-. Me pregunto para qué querrá Trais algo así...
-No eres el único que se lo pregunta, créeme.
Ambos salieron del cobertizo y entraron de nuevo en la posada.
-Bueno, si no salgo ya no llegaré a tiempo -concluyó el chico-. ¿Algo más que deba saber?
-No, pero llevo un rato preguntándome dónde has dejado tu capa.
-¡Oh! ¡Mierda! ¡Por casi se me olvida! -gritaba mientras volvía a subir ruidosamente los escalones.
Después de varias maldiciones y unos cuantos suspiros por parte de Jash, Delta bajó las escaleras y se dirigió hacia la puerta.
-¡Todo listo! ¡Qué pases un buen día, Zae! -se despidió.
El golpe de la puerta al cerrarse dejó paso a un viejo amigo. El silencio volvía a reinar en la posada El Lobo Guardián.

Fuera hacía frío, como era propio de la estación blanca. Y estaba nevando. Era uno de los inconvenientes que tenía vivir en las montañas de la Tierra Media. Por suerte, Delta se había comprado una reluciente capa nueva con el dinero que había ahorrado los últimos meses. Era negra, de terciopelo por la parte exterior y de cálido pelo de rayu por la parte interior. El comerciante que le había vendido tan maravillosa prenda por tan solo 12 cobros se le antojaba ahora como una especie de ángel. Protegido del frío invernal, Delta planeaba hacerle un altar o algo parecido al vendedor.
Para su sorpresa, aún a aquellas horas de la mañana, parecía que todos los vecinos de Sarin estuvieran ya pululando por el pueblo. Las calles estaban repletas de artesanos que preparaban los últimos adornos y detalles que se lucirían durante los festivales. Algunos comerciantes descargaban mercancías en los talleres locales y un par de mujeres discutían animadamente sobre algo sin importancia. Delta, que no solía frecuentar las calles tan temprano, disfrutaba observando el ambiente que inundaba al pueblo de energía. ¿Siempre es todo así durante los festivales? Delta deseó que así fuera. Le gustaba aquella acogedora sensación.


Mientras paseaba camino de la granja de la señora Pernil, Delta se permitió disfrutar de la nieve. Podía sentir los fríos copos escurriéndose por su piel, el crujido que producían sus pisadas al andar... Todos aquellos pequeños detalles parecían crear algo parecido a un mundo de ensueño.
-Raila atrapada en su casa y yo aquí recreándome mientras me muero de frío...- pensó mientras soltaba un cansado bufido-. Bueno, creo que me merezco un pequeño descanso, ¿no?
Inmerso en aquel mágico momento, cerró los ojos por un instante. Ahora podía sentirlo todo más vivamente. Cada mísero copo de nieve, cada gota de agua que se escurría por sus manos desnudas. A lo lejos le pareció oír la voz de una señora, pero hizo caso omiso. Al rato, aquella voz chillona e irritante tan característica de la señora Pernil le taladró los oídos y arruinó su deseado momento de paz.
-Muchas gracias, señora Pernil -pensó molesto.
Cuando abrió los ojos se sobresaltó al ver los ojos de la mujer a escasos centímetros de los suyos.
-¡Por los Siete Grandes! ¡Señora Pernil! -gritó mientras intentaba alejarse lo más pronto posible de la vieja mujer.
-¡Oh! ¡Delta! ¡A ti te andaba buscando yo! -decía aliviada la señora llevándose las manos al pecho.
-¿Ocurre algo? -preguntó Delta.
-Tu caballo. Tu condenado caballo ha vuelto a escaparse. ¡Y mira que le dije a mi hijo que lo atara bien! ¡Pues ni caso! ¡Siempre igual! A veces pienso que está sordo, ¡como su difunto abuelo! Menudo gañán... -parloteaba la mujer.
-Genial, ahora tengo que buscarlo.
-Lo sé. Ese animal está endemoniado, ¡como el perro que tuvo mi familia hace ya unos cuantos años! Si yo te contara...
Delta, augurando otra diarrea verbal por parte de la anciana mujer, decidió cortar la conversación lo antes posible. Si la señora Pernil empezaba a contarle sus batallitas no tendría tiempo de ir a ver a Raila y regresar a las tres, tal y como le había prometido a Jash.
-Bueno, señora Pernil, si no le importa, creo que será mejor que empiece a buscar a mi caballo o se me echará la mañana encima -dijo atropelladamente-. Buenos días.
Y se podría decir que casi salió corriendo de allí. Todo menos aguantar a esa mujer, por favor.

Así pues, Delta se dirigió a la pequeña meseta que quedaba cerca de la entrada del bosque.
-Ese maldito caballo siempre se esconde por aquí -pensó.
Había comprado aquel condenado caballo hacía ya un año y no había hecho más que darle problemas.
Después de un rato deambulando por la meseta, que estaba plagada de altas hierbas, Delta divisó lo que parecía ser una mata de pelo negro que se movía de manera extraña.
-¡Por fin! -gritó.
El caballo, de un color marrón oscuro, pastaba animadamente al lado de un gran árbol cuyas hojas debían de haber caído hacía ya un tiempo, en la época roja. Al ver a Delta, el caballo se acercó a este, cabizbajo.
-Ay... ¿Qué voy a hacer contigo?
Dicho esto, Delta subió al lomo del caballo y se dispuso a atravesar el bosque.

El bosque Negro es posiblemente el bosque más oscuro que puedes encontrar en todo el continente. La gente de Sarin lo llama así debido a que los grandes árboles cubren el cielo y es prácticamente imposible que un rayo de luz atraviese el gran amasijo de hojas que allí crecen. Delta conocía el bosque desde de que tenía uso de razón y no habían sido pocas las veces que lo había atravesado. Había llegado a un punto en el que a Jash no le importaba que el muchacho vagara por aquel siniestro lugar. Sin embargo, cada vez que el frío rumor del viento azotaba las riendas que Delta sujetaba, le recorría una desagradable sensación. Los rumores hablaban por sí solos: algo maligno rondaba por aquel bosque. Delta había visto, hacía ya mucho tiempo, algo parecido a la silueta de una mujer que se escondía entre los arbustos, pero la gente del pueblo lo había atribuido a la hiperactiva imaginación del muchacho y Jash era el único que parecía creer que, en verdad, había algo en el bosque. Desde aquel día, Delta no había visto nada fuera de lo normal en aquel lugar. Aunque eran muchas las veces que deseaba que así fuera. Según las leyendas, en otros tiempos, el clan de los elfos de Sar había establecido su hogar en el bosque Negro y después de milenios de convivencia pacífica con los aldeanos de Sarin, estos últimos habían emprendido una cacería que había acabado con todo rastro de vida en el bosque.
Delta deseaba que aquello no fuera verdad. Deseaba observar a una de aquellas magníficas criaturas que eran protagonista de no pocas historias. Seres en contacto con la naturaleza, con largas orejas puntiagudas, con cabellos blancos y puros como la nieve que su caballo pisaba sin ninguna contemplación.
Esa era la razón principal de que siempre encontrara una excusa para atravesar ese bosque. Una de las excusas más habituales eran las continuas visitas en busca de Raila. La gente del pueblo pensaba que Delta estaba enamorado de ella, pero no era así. Eran amigos, se habían criado juntos, pero no había nada más.
-Estoy seguro de que ni siquiera me preocupa el estado de Raila después de lo de ayer... Solo pienso en leyendas y cuentos para niños... No tengo remedio -pensaba con una triste sonrisa- No soy más que un niño egoísta que sueña con elfos y estupideces...

Y entonces oyó un leve murmullo a sus espaldas.


martes, 15 de octubre de 2013

Gracias, Brent Weeks.

¡Buenas!
Bienvenidos sean, damas y caballeros.
Olvidémonos por un momento de "El Lobo Guardián", ¿de acuerdo? Hoy me gustaría contaros una historia, pero no es un relato de fantasía, ni una historia de amor, aunque visto desde cierta perspectiva se parece un poco a esto último. Hoy quiero contaros mi historia, la historia de una niña aburrida, ahogada en la rutina y sin grandes sueños o aspiraciones. Una muchacha de 12 años que vivía felizmente en un pequeño pueblecillo de España. Esa era yo.
Esto que váis a leer ahora es una historia, pero también es una pequeña carta de agradecimiento dedicada a Brent Weeks, como bien se puede adivinar por el título de la entrada.
Y estaréis pensando: "¿Brent Weeks? ¿Por qué? ¡Exijo una explicación!"
Y la tendrás, querido amigo, la tendrás, pero todo a su tiempo.
Como iba diciendo, este es mi pequeño y curioso relato, pero también supone el comienzo de algo maravilloso. Algo mágico. Algo que empieza con una gran historia y termina con otra aún mayor.
Dicho esto, os invito, queridos invitados, a leer esta historia, esta carta, este comienzo y este final. Adelante, pues, pónganse cómodos y disfruten de este singular relato...
(El texto contiene spoilers de El Camino de las Sombras y El Prisma Negro, gracias)

Querido Brent Weeks:
Me llamo Paula y vivo en un pueblecillo de España. Aquí servidora es una gran admiradora de tus magníficos libros, y no estaría exagerando si proclamara que, sin tu ayuda, ahora mismo nada de esto sería posible. Este blog no existiría, seguiría viviendo ahogada en la rutina y la persona que está detrás del ordenador escribiendo esto no sería la misma. Es por eso que te escribo esta carta de agradecimiento. Simple y llanamente. Estoy segura de que no son pocas las personas que son grandes admiradoras, al igual que yo, de tus libros. Pero he querido que el resto del mundo conociera mi historia, porque significa mucho para mí, y en caso de que esta carta te llegue, y ojalá que Orholam así lo quiera, espero que puedas darte cuenta de todo lo que has hecho por mí. Aunque no nos conozcamos y nunca hayamos hablado.
Todó comenzó un día hace unos tres años. Mis padres y mi yo del pasado habíamos ido a comprar a un centro comercial cerca de nuestro humilde pueblecillo. Por aquel entonces, yo tenía alergía a los libros. Según mi madre, cuando era pequeña siempre les preguntaba cosas raras, como el origen de los seres humanos o del mundo y ese tipo de cosas. Pero con los años, y por culpa de los libros que nos obligaban a leer en el colegio, los libros se convirtieron en mis enemigos mortales. El caso es que mi padre y yo divagamos por el centro comercial, hasta que llegamos a la sección de los libros. Y entonces lo vi. Un libro de color azul en el que se podía leer: "El Camino de las Sombras"
No sé si fue la portada o el título, pero sentí una extraña fuerza que me obligó a coger aquel libro, y después de leer la breve sinopsis le dije a mi padre:
-Papá, ¿podemos comprarlo?
-Mmm, déjame verlo -dijo mi padre mientras cogía el libro y leía la sinopsis. -Venga vale, llévatelo.
-¡Gracias! ¡Te prometo que lo leeré! -respondí yo mientras le daba un beso.
Y allí estaba yo, con una sonrisa de oreja a oreja y el libro contra el pecho.
Cuando llegamos a casa, yo subí corriendo las escaleras y dejé el libro en una pequeña mesa al lado de mi cama.
-Lo leeré por la noche, antes de dormir, como en los viejos tiempos -pensé mientras sonreía para mis adentros.
Y llegó la noche, y me gustaría decir que leí hasta horas indecentes, pero sería mentira. La verdad es que no recuerdo qué pasó exactamente. Recuerdo que una vez empezó el colegio dejé el libro de lado y me centré en mis estudios hasta que llegó el verano y lo retomé. De una forma u otra, terminé "El Camino de las Sombras" durante mi estancia en casa de mis tíos, en Navarra. Mis padres, haciendo alarde de su inteligencia, compraron "Al Filo de las Sombras" y me lo enviaron por correo, así que pude seguir leyendo durante el resto del verano. Al contrario que el primer libro, el segundo libro se me hizo bastante corto y no tardé en adquirir "Más Allá de las Sombras". No recuerdo cuanto tardé en leerlo, pero puedo asegurar que lo terminé el 5 de noviembre del 2011. Nunca olvidaré ese día. Lloré. Lloré y me reí, aunque no a partes iguales. Lloré, y seguí llorando. Y sentí esa extraña sensación de vacío que se acomoda en tu estomago cuando terminas un gran libro.
-¿Y ahora, qué? ¿Qué voy a hacer sin Elene? Y más importante, ¿qué voy a hacer sin mi ración diaria de Durzo y Kylar? -pensaba mientras lloraba.
Era el fin del mundo. Bueno, para ser más precisos, era el fin de aquel mundo. Del mundo de Kylar y Logan. El mundo de Durzo y de Vi. Fue el fin del mundo que me había acogido y me había mostrado lo maravilloso que puede ser un libro.
Pero no permití que aquello se convirtiera en un trágico final, así que decidí comprar otro libro que puediera transportarme a otro maravilloso lugar.
Y así fue como pasé de ser una chica alérgica a los libros a una muchacha soñadora con una sola misión: ser capaz de crear un mundo que pudiera servir de refugio a otras personas que, como yo, hubieran perdido la fe en los libros.
Y como ya he dicho, eso solo fue el principio.
Desde ese día, varios han sido los libros que han pasado por mis manos.
Descubrí los libros de Percy Jackson gracias a mi primo Dani, y mi amiga Marina ha tenido la amabilidad de prestármelos durante estos dos últimos años. En mi cumpleaños me regaló el último libro de la saga y le dije:
-Ah, claro, el último, ¿y por qué no me regalas el tercero? Ni siquiera he terminado el segundo.
-¿Qué, no te gusta? -respondió ella con una gran sonrisa. Ay, Marina, tienes que dejar de ser tan encantadora.
-¡Por supuesto que me gusta! Además, me servirá para recordar que tengo que pedirte el tercero y el cuarto -le dije entre risas.
También conocí a Kvothe, gracias a El Nombre del Viento, y conociendo los gustos literarios de Marina, no tardé en recomendarle este magnífico libro.
Solo decir que nuestras conversaciones en Twitter están llenas de bromas sobre Kvothe y Percy. Incluso nos peleamos por ellos:
-Me voy a casar con Percy -decía Marina.
-¿Qué?
-Es amor. Lo siento, Percy es mío, asúmelo.
-Pues yo me quedo con Nico -respondía yo-. Pero ten cuidadito con Annabeth, que se pondrá celosilla.
-Ella no es nadie comparada conmigo -reía ella-. ¡Y Nico también es amor!
-Modestia aparte, ¿verdad? y Nico es mío, ¡eh! Además, yo tengo a Kylar.
-Vaaaale, pero Kvothe es mío.
-¡Oye! ¡Señora de muchos hombres! -respondía yo riéndome a carcajadas.
Esta conversación existe, y lo puedo demostrar. Estamos locas, pero vivimos felices.
Y cuando pensaba que no podía ir a mejor, entonces vi un artículo que hablaba sobre el nuevo libro de Brent Weeks: El Prisma Negro.
Y El Prisma Negro pasó a ocupar el primer puesto en mis lista de libros pendientes.
No tardé en encontrarlo en el centro comercial que está cerca de mi pueblo y no dude en comprármelo.
-Si es de Brent Weeks, tiene que ser genial -sentencié.
Por todos es sabido que la intuición femenina nuca falla.
Leí el primer capítulo aquella misma noche. Y todas las noches he leido un poquito. He gritado, he reído y no recuerdo haber llorado, pero no estoy completamente segura de no haberlo hecho.
Lo terminé la mañana del 14 de agosto.
Me recuerdo bajando las escaleras y gritando:
-¡Ay! ¡Ay ay ay! ¡Gavin no puede trazar azul! ¡No puede trazar azul! Bueno, Gavin... O Dazen... Gavin/Dazen... ¡El caso es que le quedaban cinco años! ¡Cinco años! Misericordioso Orholam, tengo que comprar el siguiente libro cuanto antes.
Supongo que mis padres piensan que estoy loca, pero ellos tampoco están muy cuerdos. Somos una familia divertida.
Y aquí estoy, con 15 años y muchos libros en mi lista de pendientes.
Y esta es mi historia. Tengo la sensación de que es demasiado larga para ser una carta. Además, se suponía que era una carta de agradecimiento y más que agradecer nada a nadie lo único que he hecho es escribir y escribir sobre mí... ¡Ah! ¡Tengo una idea!
Brent Weeks, lo que has leido hasta ahora era la introducción, esta es mi verdadera carta:

Querido Brent Weeks:
Gracias por haberme devuelto la ilusión. El Camino de las Sombras me ha enseñado infinidad de cosas, pero lo más importante es que tus libros me han ayudado a descubrir no solo el mundo de Kylar, sino un centenar de mundos más. Y, sobretodo, me han ayudado a crear mi propio mundo. Kylar y Durzo me han hecho crecer como persona, te lo aseguro. Con la saga del Ángel de la Noche me descubriste un millón de posibilidades, y con El Portador de Luz he recordado lo mucho que disfruto leyendo. Gracias a tí he podido conocer un poco más a Marina, la cual es ahora una de mis mejores amigas. Y no te preocupes, me aseguraré de que lea todos tus libros. Estoy segura de que disfrutará tanto como yo. Gracias por compartir con el resto del mundo la gran historia de Gavin, Dazen, Kip, Liv, Corvan y Karris. Gracias por haber convertido a esta de niña de 12 años, aburrida de todo y todos, en una muchacha de 15 años, única, alegre y con un millón de sueños por cumplir. Me has regalado toda una vida de aventuras y ese es el mejor regalo que podía haber deseado.

Y eso es todo. Creo que ha quedado bastante claro que soy una gran admiradora de Brent. Podríamos decir que es mi "modelo a seguir" en cierto modo. O algo por el estilo.
Dentro de poco habrá otro capítulo listo por aquí, así que debéis estar atentos. Gracias por tomaros la molestia de leer esta parrafada interminable. 

lunes, 22 de julio de 2013

1. Noches tranquilas.

La noche se presentaba tranquila. La posada El Lobo Guardián estaba repleta de gente, pero los festivales en honor a los dioses se acercaban, y los devotos vecinos del pequeño pueblo de Sarin no estaban dispuestos a emborracharse antes del importante acontecimiento. Preferían jugar a las cartas y charlar animadamente con los pocos turistas que descansaban en la posada. Siempre había sido así.
En una esquina se podía ver a la hija del herrero hablando con otras dos chicas, una de pelo rubio como el oro y la otra vestida con ropajes de seda roja. La hija del herrero solía visitar la ciudad a menudo, y siempre había sido una chica muy cordial, así que a nadie le sorprendía que se hubiera granjeado la amistad de dos nobles que estudiaban en la Universidad. Porque aquellas chicas con las que ahora charlaba debían ser nobles. ¿Qué clase de granjera vestiría con seda roja?
En una mesa cerca de la barra se podían oír los efusivos gritos de un grupo de cuatro hombres: el herrero, el marido de la curandera, el profesor retirado que ahora regentaba una pequeña librería y el ayudante del posadero. Habían elegido aquella mesa porque era la más cercana a la barra y esto les aseguraba un rápido servicio por parte del posadero y el ayudante. Eran clientes habituales, sin duda.
-Tenía entendido que este año los festivales serían en honor al quinto -decía Ien, el marido de la curandera.
-Pues parece ser que los monjes del tercero han conseguido hacerse con el favor de la Asamblea de alguna forma -decía el herrero entre risas-. Todos sabemos que sus sacerdotisas pueden llegar a ser muy convincentes, ¿verdad Ray?
-Nunca he entendido el sistema actual, sinceramente -declaraba Ray, el profesor, mientras se colocaba las gafas por enésima vez-. La vida era mucho más fácil cuando el gobierno de estas tierras recaía sobre un solo hombre sin cerebro, y no sobre nueve sabios que no piensan en el pueblo ni en...
-Ya lo sabemos Ray, ¿te importaría dejar los temas filosóficos para otro momento? -decía el herrero agitando su jarra repleta de cerveza ante la cara del profesor.
-No te aguanto, Trais -respondía Ray-. Eres el ser más simple e...
-Idiota de todo Sarin -terminaba el herrero. Un largo trago de cerveza-. Ya, ya, lo entiendo. El sentimiento es mutuo, no te preocupes -gritaba entre risas mientras brindaba con Ien.
-Todos sabemos que os queréis mucho, par de idiotas, no vale de nada esconderlo -gritaba a su vez el ayudante del posadero.
Era un chico rubio, seguramente procedente de las Tierras del Norte. El herrero lo había encontrado medio muerto en un callejón de Veroccio y se lo había llevado al posadero. Como el muchacho no tenía a donde ir, el posadero lo adoptó y ahora ambos parecían padre e hijo.
-Delta, deja de gritar y lleva estas copas a la mesa del fondo -decía el posadero.
-Vale, vale -decía Delta mientras cogía tres copas llenas de licor con asombrosa agilidad y corría hacia la mesa de la hija del herrero.
-Eres demasiado exigente con el muchacho, Jash -decía Ien.
El posadero, Jash, siempre había sido un hombre... sereno, por decirlo de alguna forma. Pocos eran los que lo habían visto sonreír, pero aún así, el posadero tenía fama de ser un hombre amable y cariñoso. Poco se sabía de su vida, pero a los vecinos de Sarin poco les importaba la vida que había llevado. Al final y al cabo, lo importante es el presente.
-Nunca se es demasiado exigente, Ien -respondía siempre el posadero.
Mientras que todo el mundo seguía hablando, riendo y bebiendo, Delta se dirigía hacia la mesa donde discutían la hija del herrero y las otras chicas.
-¡Tú no entiendes nada, niña ignorante! -gritaba indignada la chica rubia con una voz cortante como el filo de la más afilada espada.
De pronto, la chica se levantó de la silla y se volvió hacia Delta. Cuando este pudo ver su rostro, cubierto parcialmente por el radiante pelo dorado, observó que este parecía el rostro de una mujer adulta, con arrugas en las comisuras de los labios y el entrecejo. Sus ojos eran castaños oscuro, pero por unos segundos, Delta pudo distinguir un tono rojo como la sangre. Esa mujer no era normal, y Delta tenía un mal presentimiento.
La hija del herrero se levantó, tirando la silla que ahora descansaba en el suelo, y se precipitó sobre la mujer de dorados cabellos. Ahora la hija del herrero permanecía encima del cuerpo de la mujer rubia, impidiendo que esta se moviera. De la rapidez del movimiento, el muchacho tiró las copas que llevaba en las manos.
-¡No podéis hacerme esto! ¡Llevo años esperando este momento! -gritaba llorando la chica  mientras zarandeaba a la mujer rubia-. Por... ¡por favor! ¡Haré todo lo que me pidáis! -Delta conocía la expresión que reinaba en el rostro de la muchacha. Desesperación.
Y entonces, la chica de la ropa de seda, que hasta aquel momento había estado observando la escena, cogió a la hija del herrero y le pegó una patada en el costado.
-Niña malcriada -susurraba-. ¡Te arrepentirás de esto! -gritaba mientras cogía a la chica rubia y caminaban hacia la salida de la taberna.
Delta, que había presenciado todo, no podía moverse. Estaba paralizado. Pero cuando vio a la hija del herrero en el suelo, sollozando, pareció salir del trance en el que se encontraba y se agachó a ayudar a la chica.
-¿Te encuentras bien? -preguntó el muchacho.
-No lo sé... Solo... Yo solo... -gimoteaba la chica. La melena negra le cubría la cara, pero Delta podía ver sus ojos verdes cubiertos de lágrimas.
Al oír unas fuertes pisadas que corrían hacia ellos, ambos muchachos se giraron a tiempo de ver al herrero caminando,  con cara de consternación.
-Raila, explícame que ha sido todo eso -decía el herrero en tono serio y cortante.
-¡Padre! -sollozaba la chica mientras se lanzaba a los brazos de su padre-. ¡Lo siento padre! Yo... Yo no quería que esto pasara... Solo quería...
Y entonces el herrero estrechó a su querida hija entre sus fuertes brazos.
-Tranquila cariño -susurraba a la muchacha-. Todo saldrá bien -sonreía.
-Te quiero... -seguía sollozando la chica.
-Venga, vámonos a casa. Espérame fuera, ¿vale? -decía el padre.
-Vale.
Mientras que la chica corría hacia la salida de la taberna limpiándose el licor que había manchado su falda, Trais se giró buscando a Delta. Este aún permanecía en el suelo, sentado, sin poder entender que había pasado.
-Gracias Delta, ahora debo irme, mañana nos vemos -se despedía el herrero.
-Cuida de Raila, viejo -respondía Delta con una tímida sonrisa.
El herrero salió de la taberna y Delta pudo ver como abrazaba a su hija a través de la ventana.
"Debe ser genial tener padres", pensó el muchacho.
Y entonces sintió una mano cálida en el hombro. No le hizo falta girarse para saber que se trataba de Jash. ¿Quién más podía ser?
-Creo que será mejor limpiar esto cuanto antes -decía con una tenue sonrisa el posadero. Por alguna razón, el único ser humano al que Jash mostraba aquellas sonrisas era Delta, y el muchacho lo apreciaba mucho. Le hacía sentir especial.
-Si, claro -respondía él, bajando levemente la cabeza con un asentimiento.
-¡Venga, venga! ¡Aquí no ha pasado nada! -gritaba Ien-. ¿Quién quiere una cerveza?
Miles de risas y gritos llenaron la estancia.
-Buena estrategia -decía Ray.
-Lo sé -reía de nuevo Ien-. Dime Jash, ¿te apetece jugar una partidita de cartas cuando la taberna esté vacía?
-Será un placer -asentía el posadero.